Y sigo con mis recuerdos
Carmelo Díaz-Ropero (Marzo de 2021).-Y sigo acercándome hasta la ermita de La Veracruz una Semana Santa más. Sentía necesidad de estar un rato de oración ante la imagen de Jesús de Medinaceli. No sé, pero este año tan singular, te atrae más este tipo de visitas, y allí ante la mirada serena y resignada de Jesús junto a la hermosa imagen de María de la Redención me ha dado ocasión para una breve oración al tiempo que he empezado a evocar recuerdos de toda mi niñez.
Mi abuela María de los Ángeles vivía en el número 18 de esta calle. Como podréis imaginar eran frecuentes mis escapadas y visitas a este recinto sagrado cuando estaba abierto. Siempre me quedaba embobado al mirar la hermosa portada de la ermita. Era muy poco lo que nos había quedado de la destrucción de la Guerra Civil, y ésta era un ejemplo artístico en piedra que ya me impresionaba. Esos angelotes regordetes asidos a unas columnas emulando la figura del Señor que se guardaba dentro con esta misma pose, el Calvario ya degastado en sus formas, pero en el que se vislumbraba la hermosura que en tiempos pasados pudo tener debidamente policromado y sobre todo me impresionaba la pequeña calavera que hay en el escudo sobre el arco de la puerta bajo el cartel de 1573 fecha de su construcción. Después de esta visión me introducía en esa ermita con el suelo en tierra, tosco y algo frio. Pocos eran los bancos, pero siempre me sentaba en el que estaba colocado bajo el púlpito. Allí me pasaba mis buenos ratos
Otra circunstancia vivida en esta ermita era mi asistencia a la catequesis impartida por una mujer de una bondad infinita y de una gran delicadeza, Doña Mercedes Vela. Su forma de tratarnos y de enseñar el catecismo hacía que estuviéramos los niños embobados recibiendo sin armar un ruido todas las palabras que salían de su boca. Está visto que de estos buenos principios te pueden marcar para toda una vida, como ha sido en mi caso.
Me encantaba vivir esos días en casa de mi abuela porque tenía la ocasión de acercarme hasta la ermita para presenciar el montaje de los pasos. Recuerdo que una persona que me imponía mucho respeto era la de Francisco Casero El Monarca. Allí todo se hacía a sus órdenes y no quedaba un detalle por hacer: Nos dejaban a los chicos revolotear por las estancias. En la sacristía, al lado izquierdo del altar y dentro de la casa del antiguo santero, se encontraba una cajonería con una talla primorosa y encima un pequeño crucifijo de madera, muy antiguo y que actualmente procesiona la Cofradía, como cruz guía. Todo esto lo estoy viendo como si hubiera sido ayer. Subíamos al coro por una escalera cochambrosa y gastada por el uso para enredar en las corazas y los cascos de la centuria romana que en años anteriores se había suprimido. En estos días previos me afincaba en la casa de mi abuela para no perder estas visitas y una vez puestos a la mesa degustar el mojete de tomate que mi abuela lo bordaba y comidas de vigilia como la tortilla de escabeche de lata que era una delicia.
"Las cofradías son el alma de una fiesta que todos debemos cuidar y en la que todos debemos colaborar"
Otra eventualidad fue salir vestido de nazareno en esta antigua Cofradía. Yo le pedía encarecidamente cada año a mi madre, me confeccionara la túnica y ella siempre me lo negaba aduciendo que crecía con rapidez y no era cuestión de soltar los bajos todos los años. Creo yo que era una excusa, puesto que suponía un coste que por esos tiempos no podíamos permitirnos en muchas familias. Se solucionó con la cesión de esta prenda por parte de una vecina, la Santiaga del Misto que con ello aplacaba mis ansias de ser nazareno. Todo esto duró hasta que ya resultaba ridículo verme con la indumentaria un tanto rabicorta y escasa. Ahí llegó me experiencia de penitente. Algunos años me acompañaron en las filas, tal como aparece en la foto, mi hermano José Andrés, yo con once años y él con cinco. Durante mi juventud me hice un mero espectador en las aceras y tampoco durante mi estancia en el seminario de Ciudad Real ya que no regresábamos al pueblo hasta el Domingo de Resurrección. Fue después de mi servicio militar cuando me incorporé a mi actual Cofradía del Santísimo Cristo de la Expiración por indicación de Luis Cabañero y de la que me siento orgulloso de pertenecer hasta en la actualidad, pensando en verde, pero sin despreciar a mis principios granates y blancos a los que respeto como al resto de las cofradías porque son el alma de una fiesta que todos debemos cuidar y en la que todos debemos colaborar.