En mi recuerdo: "El día del Carmen"

Carmelo Díaz-Ropero Reíllo (16 de julio de 2020).- Siguiendo en mis recuerdos, me ha parecido oportuno recurrir a algunos que en mi niñez y juventud discurrían en torno a esta fiesta tan emblemática en nuestro pueblo y con tanto arraigo.

Al contar Campo de Criptana durante siglos con un convento de carmelitas estos se encargaron que la devoción calase profundamente entre los vecinos de la Villa. Quiero remontarme al origen de la desaparecida imagen de la Virgen.

Me contaron, yo no lo viví pues no había nacido aún, que en aquellos días de la Guerra Civil, en los que se destruyó prácticamente el patrimonio religioso de nuestro pueblo, el edificio del convento se salvó al estar adosado a otras viviendas particulares, como ocurrió con otras ermitas. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que sus interiores sufrieran una total devastación cayendo retablos y altares, destrozando las imágenes y objetos de culto de los que no se libró la maravillosa talla de vestir de la Virgen del Carmen cuyo rostro se atribuía al insigne imaginero murciano Francisco Salzillo y Alcaraz. Examinando la foto que adjunto de dicha imagen, se puede asegurar que ciertamente responde a los cánones de este escultor, ya que como es sabido todos estos artesanos dejaban su impronta en el rostro y cada uno tenía un estilo muy propio y personal.

No me gusta poner en evidencia estos hechos desagradables, pero tampoco tenemos que olvidarlos para que no vuelvan a repetirse. El hecho, fue que cuando estaban ensañados con la imagen en la puerta del templo, pasó una persona prócer de nuestro pueblo y al ver la desgraciada acción, manifestó ;” Si esto cambia algún día, la próxima imagen que encargaré por mi cuenta, se va a poder ver por su altura y hermosura “. Ese señor tengo la referencia se llamaba D. Manuel Torres y vivía en la casa en donde ahora están construidos los pisos de la Caja de Ronda.

Y así, terminada la guerra encargó una imagen en pasta de madera que supera los dos metros y pico que es la actual que procesiona y preside el altar mayor de la Iglesia del Convento. Me imagino que una vez hecha, tuvieron que desaparecer los moldes, pues creo no existe en España una imagen de tan exageradas dimensiones. Ésta es la que ha seguido en todos estos años concitando la devoción de un pueblo que se da cita cada 16 de julio para rendirle sus oraciones y asistir a su procesión. Iba acomapañada, aquellos años, por la Banda Filarmónica Beethoven que interpretaba la
marcha llamada Esperanza Marinera compuesta por D. Abel Moreno; no en vano esta advocación de la Virgen es patrona de la Marina aunque en nuestras tierras de secano no vislumbremos el mar.

Quiero terminar mis recuerdos con unos hechos de mi juventud y de mis años de monaguillo del Convento así como de seminarista posteriormente. Era preceptivo que todos acompañáramos a la Virgen en la procesión debidamente revestidos con sotana y roquete y sobre muestro hombro el consabido escapulario. Ese día salían a la luz los escapularios de nuestras casas algunos de ellos verdaderas obras de bordado que celosamente se guardaban en los baúles, entre papel de seda. El mío era de mi abuela Asunción que me lo cedía gustosamente. La procesión era y es de las más concurridas. Los días previos habíamos celebrado el novenario en la Iglesia del Convento donde se montaba en el presbiterio un inmenso altar, tal como aparece en la otra foto que acompaño. Este altar estaba compuesto por una gran escalinata profusamente decorada con búcaros de flores, que entonces eran de tela color salmón, pues entonces no había presupuesto para naturales, y así se guardaban año tras año. Una gran cantidad de candelabros con velas iluminaban la imagen colocada en la parte alta acogida con un gran dosel. Estos altares se han estado montando hasta los años setenta. Terminada la procesión venía el momento más dulce para la clerecía. Don Gregorio y sus curas coadjutores se sentaban en un inmenso banco de la sacristía y junto a todos nosotros, anderos y señoras de la cofradía, ya que esta hermandad estaba solamente compuesta por mujeres, se servían unas abundantes bandejas de dulces de la reconocida “Pastelería Niño” de la calle Castillo. Eran unas delicias que elaboraba su dueño, aquel señor regordete y chiquitín que transportaba su mercancía en una gran bandeja sobre la cabeza, desde su horno de la calle la Reina hasta el establecimiento. Si coincidía en alguna ocasión con nuestra salida del colegio, le seguíamos los chicotes por ver si caía alguna de estas maravillosas confituras.

No puedo terminar sin agradecer a la Virgen todo lo que me ha ayudado, no en vano me honro llevar su nombre desde mis antepasados.


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