EL CARNAVAL: Unos carnavales muy diferentes

Carmelo Díaz-Ropero Reíllo (Febrero 2021).- Siguiendo con la aparición de estos artículos relatados de un tiempo a esta parte y sin una periodicidad marcada, trato de reflejar alguno de mis recuerdos de niñez y juventud y por lo que he comprobado con algunos paisanos, también a ellos les sirve para rememorar situaciones propias vividas en nuestro pueblo. Son ante todo parcelas de nuestra memoria que están ahí guardadas y salen a luz como en estas ocasiones.

Fiel al calendario correspondería tratar el tema del carnaval por la cercanía en las fechas. Ante todo no he sido muy amigo de disfrazarme, sin menoscabo de alabar a aquellas personas que le dedican tanto tiempo en su preparación, y con ello el desembolso de sus buenos dineros y horas quitadas al sueño para confeccionar esas maravillas de trajes y preparar esas coreografías dignas de mi respeto más absoluto. De unas décadas a esta parte bien es sabido que el carnaval ha cambiado de estructura en nuestros pueblos logrando, como es el caso de Campo de Criptana, una brillantez que ya quisieran otras poblaciones de más rango que la nuestra. Por eso mi respeto y admiración para esa gran cantidad de vecinos que nos deleitan por nuestras calles.

“Asistías a clase por la mañana y por la tarde tus padres te permitían salir a los desfiles que discurrían por el itinerario habitual repleto de máscaras y estudiantinas”

En el caso concreto que me ocupa trataré de recordar los carnavales de mi niñez. Ante todo estaban marcados por una circunstancia muy distinta al actual. En principio no eran días de vacaciones y había que asistir al colegio y sobre todo en mi caso, alumno de las Dominicas donde lo primero que te inculcaban que aquellas fechas eran días pecaminosos donde el demonio se hacía amo de la situación. Con el tiempo, te das cuenta que se pasaban un pelín. Ante esto asistías a clase por la mañana y por la tarde tus padres te permitían salir a los desfiles que discurrían por el itinerario habitual. El recorrido repleto de máscaras y estudiantinas, como se calificaba a los grupos que preparaban algún montaje o canciones dotados todos ellos de una chispa muy especial y con gran preparación. Se acercaban a los espectadores que estábamos apostados en las aceras y allí te hacían su representación mientras te daban el papel donde iban las canciones a cambio de una aportación que servía para afrontar los gastos y posteriores merendolas. En este apartado me tengo que fijar y adjunto una foto al caso con uno de estos grupos entre las que puedo conocer a la Juana, La Rana, la Nati del Alcuzón, Melquiades. Como estos, eran gran cantidad de grupos los que desfilaban al tiempo que las máscaras te daban la lata con la murga cansina de: “A que no me
conoces…”

“Las máscaras te daban la lata con la murga cansina de: “A que no me conoces…” Todo servía para el disfraz. ¡Cuántas faldillas de mesa camilla, enaguas a cual más florida en encajes! ¡Cuántos pañuelos y chambras! Todo el conjunto desprendía un fuerte olor a naftalina rescatados de los baúles de la cámara y todo complementado por unas horrendas caretas de cartón y en su falta un pañuelo con los agujeros de los ojos. Las tardes discurrían felizmente con este espectáculo que los mayores añoramos.

Terminado el desfile era hora de acercarse por el teatro con tu familia y amigos para asistir a los bailes que eran una explosión de fiesta entre papelillos y confetis. Allí, se daban citas las mejores orquestas como las locales Ritmo y Mambo así como otras foráneas acompañadas de exuberantes “animadoras”(que así se llamaban a las cantantes). Ya en los días previos nos acercábamos a verlas en fotografías, expuestas en el escaparate de Muebles Herencia, para comprobar el porte y la belleza de las citadas señoritas.

“Terminado el desfile era hora de acercarse por el teatro con tu familia y amigos para asistir a los bailes que eran una explosión de fiesta entre papelillos y confetis”

A los bailes iba con mi abuela o mis padres que adquirían sillas en los palcos situados en todo el perímetro del patio de butacas que para esos días se quitaban para dejar la pista de baile. Cuento con varias fotos de esos momentos. Recuerdo cómo esos palcos eran lugar de “bacineo” donde se tomaba cuenta de muchas tertulias al tiempo que servían de guardarropa de conocidos que te endosaban los abrigos para evitarse una cuota del preparado por los organizadores. En la segunda foto aparezco con mi padre, con seis años, y su grupo de amigos con sus hijos que son los que actualmente vivimos menos mi recordado José Luis. Una costumbre era acercarse a comprar las bolsas de confetis y papelillos para hacer revuelo y travesuras. También era costumbre adquirir en el “ambigú” - extraña manera de denominar el bar- unas pipas, no había tantas chucherías y un refresco o salir al bar Los Molinos donde el amo apodado “ El bigotes” que con su extraordinaria simpatía te servía unos pasteles que en esos días exponía en sendas bandejas repartidas por el mostrador.

Estas eran principalmente las actividades de esos tres días que una vez terminados te abocaban al Miércoles de Ceniza donde todo se volvía gris ante el inicio de una cuaresma un tanto peculiar por su sentido de culpabilidad por “los pecados cometidos” ¡Madre mía, qué tiempos!

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